Las pinturas neoyorquinas de Joaquín Torres García, tales como "Calle de Nueva York" (1920), representan la vida urbana, el industrialismo y el comercio con dinamismo y una cierta energía frenética. Para él, sus trabajos de este período eran “impresiones sintéticas de una Nueva York distorsionada”, a la vez “expresionistas y geométricas”, y plasmaban una visión personal que había alcanzado viviendo en la ciudad. En esta obra, la agitada vida de la ciudad es una amalgama de fachadas de edificios, automóviles, trenes elevados, barcos de vapor, pasajeros y letreros comerciales que se yuxtaponen en planos superpuestos con múltiples perspectivas. Su experiencia neoyorquina lo ayudó, necesariamente, a establecer la matriz estructural y la construcción de formas que más tarde incorporaría a sus composiciones de los años 30.