Insertada en un paisaje de frondosa y estilizada vegetación, la India Oaxaqueña surge casi como un ícono traído del imaginario popular. La India Oaxaqueña nos recuerda las figuras bidimensionales de Fermín Revueltas trabajadas por medio de la superposición de planos de color: el cielo azul, las montañas que suavizan su matiz conforme se acercan al espectador, la cortina que forman los órganos separando el espacio donde un entretejido de flores blancas se apropian del primer plano. Y en medio de todo, se levantan dos columnas en perfecta simetría: la mujer y la palmera. El preciosismo de la parte superior de su vestido ? en contraste con la geometrización de la falda ? es un acercamiento al personaje y la individualización del estereotipo. El platón que lleva en las manos, le da vida al personaje y completa la escena como una ofrenda que la India Oaxaqueña presenta a la exuberante naturaleza. No sólo la temática recurre a motivos indigenistas; también en la forma encontramos evidencia de dicho movimiento surgido en las Escuelas al Aire Libre, principalmente la de Coyoacán: justo como se hacía en los códices indígenas, las siluetas se encuentran delimitadas por una línea de contorno, haciendo tanto hincapié en el dibujo como se le hacía en el arte del México antiguo. Lola Cueto comprendía la tradición que el arte popular dejaba en la producción artística y estaba verdaderamente comprometida con preservar estos valores estéticos en su obra, explorando las raíces de lo mexicano y traduciéndolas en imágenes de gran belleza. Cristina Escalona, 2009.