(Vid. lo señalado para Saludo olímpico: el atleta moderno).
Se trata de uno de los trabajos de Gargallo en que más claramente se pueden observar sus inclinaciones y preferencias por los aspectos arcaizantes de la estatuaria clásica griega, que han sido objeto de una sutil y eficacísima transposición, absolutamente inadvertida para observadores superficiales o distraidos, al terreno de su personal e innovadora concepción de lo figurativo de tendencia clasicista, logrando llevar a cabo no sólo su obra, sino también la obra de su hora histórica, cubriendo así sobradamente aquellos objetivos que siempre consideró propios de los verdaderos artistas.
El cacto que parece sustentar al caballo, y quizá sea necesario estructuralmente, no deja de sugerir una cierta invocación o simbolismo de cariz noucentista e, inevitablemente, como la figura toda, mediterráneo.