Sorolla, buen aficionado a la fotografía desde los años en que trabajó como ayudante en el estudio de su suegro Antonio García Peris, utiliza en este cuadro un tipo de composición que resulta inimaginable sin la costumbre de ver instantáneas fotográficas: las figuras aparecen cortadas arbitrariamente, ignorantes de que están siendo fotografiadas-retratadas, lo que da al cuadro una impresión de total naturalidad. Aunque este es un efecto que Sorolla valoraba especialmente; pocas de sus obras lo llevan a este extremo. El resultado es una imagen que resulta sorprendentemente moderna, pues al no percibirse un fondo, un horizonte, las figuras parecen agolparse junto al plano mismo del cuadro dándole a este un gran protagonismo; la indefinición de los rostros desdibuja a los personajes y los convierte en meros elementos de una composición arbitraria de forma y color.