No, si siempre le ha ido mal a la chamaca de Andrés. Primero se le muere su mamá cuando ella estaba bien chiquita, apenas estaba cambiando de dientes. Después su papá que la saca de la escuela para que ayude a su abuelita en la casa. Y de doña Enedina sabemos que no es ninguna blanca paloma. Todos los vecinos veíamos cómo le cargaba la mano pa’ todo a la criatura: que si la mandaba tempranito al molino a trair el maíz pa’ las tortillas, que si la ponía a escoger el frijol pa’ ponerlo a cocer, que si se la llevaba toda la tarde a los lavaderos pa’ que tallara las camisas del papá, de los hermanos y hasta las enaguas de la vieja. Y si se tardaba con algún mandado, bien que la jaloneaba de las trenzas. Y así se fue haciendo calladita, no chistaba por nada, ni cuando llegaba borracho el Andrés y la levantaba a gritos pa’ que le preparara de desayunar, ni cuando no la dejaban salir a la fiesta de nuestro Santo Patrono quesque pa’ que no se maleara con los muchachos del pueblo.
Luego pos se hizo señorita y, como de 16 o 17 años, al Andrés se le ocurrió que ya se casara; se apalabró con uno del otro pueblo que se llama Benjamín. No creo que sea mala persona, pero sí que era más mayorcito que ella, fácil se veía como que llegaba a los 30 y está bien feo, flaco y con los dientes todos chuecos. Eso sí, les hicieron su matrimonio con mole y tamales para todos los de por aquí. Ella se veía muy seriecita con su vestido blanco que le cosió la abuela y el marido se la llevó pa’l otro pueblo, a la casa de su madre, donde de segurito también la pusieron a trabajar, porque la suegra es vieja y se veía mal encarada. Por aquí se decía que en un año la pobre chamaca tuvo sangrados y perdió dos criaturitas que ni se habían formado. Un día la trajo Benjamín, les dijo al papá y hermanos que se las dejaba un poquito de tiempo, porque a él se le había presentado la oportunidá de irse con su primo pa’l otro lado, pero que les estaría mandando dinero a la oficina de correos. La cosa es que la muchacha ya estaba de encargo y con eso de que ya había fracasado dos veces, la cosa no estaba fácil y la suegra no se quiso hacer cargo. A don Andrés le salió mal el asunto, la tuvieron que llevar al médico hasta Puebla y le recomendaron que se estuviera bien quieta hasta que naciera la criaturita. Así pasaron más de cuatro o cinco meses; nosotras, las vecinas que la queremos, la visitamos seguido, le llevamos de todo: pañalitos, cobijitas y ropa que ya no necesitan nuestros niños. Hace como tres semanas se le vino el parto, le trajimos a doña Pachita que es buena para acomodar chamacos y todo eso. Después como de dos horas y con mucho sufrimiento nació la niñita, muy pálida y lloraba muy quedito. Todo fue tan triste que hasta la abuela se apiadó de la pobrecita y se llevaron a la Consuelito a un hospital de Puebla, porque así le pusieron a la recién nacida: Consuelo como su abuela muerta. Pos resulta que allá les dieron la mala noticia de que la chiquita tenía algo bien malo, creo que en la sangre. Se vinieron al pueblo y todo fue llorar hasta que la angelita se fue al cielo. Y del Benjamín ni a’onde avisarle nada. El día del velorio ya nadie lloró, ni la pobrecita mamá, ni el Andrés y tampoco doña Enedina. Temprano se fueron por un fotógrafo, pa’nunca olvidar a la difuntita y pa’tener la imagen, por si algún día regresa el Benjamín.
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