El "Retrato de Ramón Gómez de la Serna" fue pintado por Diego Rivera en Madrid, donde, a mediados de la década de 1910, coincidieron el artista y el poeta y donde florecía una vanguardia cultural de la que eran grandes protagonistas. Allí, Rivera se integró en la tertulia sabatina del café Pombo, liderada por Gómez de la Serna y proclamada como una suerte de refugio intelectual en tiempos de guerra. La obra, realizada según la manera cubista con la que Rivera experimentó en esos años, incluye algunas características que la separan de la ortodoxia del movimiento, como la utilización de colores vibrantes y complementarios, del esgrafiado y la arena para ganar rugosidad, y de los planos texturados de carga matérica. En 1915, inmediatamente después de terminada, fue exhibida en el escaparate de la Muestra de arte nuevo. En ese contexto, causó un gran escándalo público que tuvo como consecuencia una orden policial para que el cuadro fuese retirado.
La escena –que explora una pluralidad de tiempos simultáneos en los que se superponen distintas acciones de Gómez de la Serna– transcurre en el despacho del escritor, quien, vestido con traje y corbata a cuadros, se lleva a la boca su emblemática pipa con la mano izquierda. Con la derecha sostiene la pluma, pronto para el acto de escribir. A su alrededor se acumulan algunos elementos reconocibles: un tintero triangular, probablemente de aquellos realizados en cerámica de Talavera, una pistola Browning, que integraba su colección de armas antiguas o en desuso, papeles y ejemplares de sus libros. En el ángulo superior derecho, una ventana deja ver un plano negro con chimeneas delineadas en blanco, probablemente una referencia al “nocturnismo” del escritor. A su lado, aparece una gran espada con cabellera en su empuñadura de madera y, en el otro extremo, una cabeza de maniquí. Sobre esta obra, escribió Gómez de la Serna: “El retrato que me hizo Diego es un retrato verdadero, aunque no sea un retrato con el que concursar en los certámenes de belleza. Con ese retrato me siento seguro y desahogado. La pintura cubista, que ante todo ama el espacio, no me ha embotellado y me ha dejado libre y desenvuelto”.