Este cuadro nunca fue expuesto en vida del autor.
El retrato del escultor Carles Mani (Tarragona, 1866- Barcelona, 1911) es sin duda, uno de los más inquietantes de todos los que pintó Santiago Rusiñol. La tensión del rostro, la mirada misteriosa y el ademán arisco del personaje nos muestran al hombre taciturno y atormentado y, a la vez, al artista incomprendido y maldito que siempre fue Mani. Rusiñol lo representó de medio cuerpo, sentado en una silla y con el brazo izquierdo apoyado en el respaldo. El rostro sombrío del escultor y la chaqueta negra que viste resaltan sobre un atrevido fondo bicolor, formado por los tonos rojizos de la pared y la colcha amarilla, un color claramente inspirado en el amarillo de la indumentaria del San Pedro de El Greco.
Rusiñol conoció a Carles Mani y su amigo el pintor Pere Ferran en París. Carles Mani recibió en 1894 una beca de la Diputación de Tarragona y decidió compartirla con Ferran, lo que hizo que los dos terminaran pasando una aventura de auténtica miseria de la que los salvó Rusiñol.