A principios del siglo XIX el rebozo se había establecido como prenda indispensable y arte tradicional de México. Las calles, los mercados, las plazas y las iglesias se sacudían de colores y texturas gracias a las mujeres que —sin importar etnia o estrato social— se protegían de las inclemencias del clima, cubrían sus rostros, cargaban a sus bebés y celebraban importantes acontecimientos envueltas en estos atavíos.
Pese a que el uso de los colorantes sintéticos se afianzó en Europa, Estados Unidos y América Latina en esta época, los colores representados en la colección Franz Mayer son de origen natural. En esta pieza juegos de hilos de seda se tiñeron en uno o hasta tres colores. El proceso de elaboración de un rebozo es laborioso, se realizan entre 14 y 17 pasos para llegar el resultado final.
El rapacejo de este rebozo presenta triángulos compuestos de secuencias en las que un cordón retorcido y una trenza de tres hebras se aparejan —el primero pasa a través de la segunda— para crear un tejido de fondo de red de malla abierta.