Alonso Cano simultaneaba sus obligaciones en la Catedral de Granada con encargos particulares o de órdenes religiosas. Para las monjas franciscanas del Convento del Santo Ángel no sólo esculpe o pinta, sino que también ejerce como arquitecto diseñando la portada de su iglesia. En el crucero de dicha iglesia conventual estaban situadas estas cuatro grandes esculturas, realizadas en colaboración con Pedro de Mena. Hasta tal punto se compenetraron en este trabajo que hoy día no podemos discernir lo que corresponde en las esculturas a cada uno de ellos. El convento fue demolido en 1933 y años después las obras ingresan en el Museo de Bellas Artes. Los santos representados son San Diego de Alcalá, San Pedro de Alcántara, San Antonio de Padua con el Niño, los tres franciscanos, y el cuarto es San José con el Niño. La altura a la que iban a ser colocadas, unos cuatro metros, determinará en gran medida el resultado final de la obra. De ahí las aparentes desproporciones, la mirada baja y la colocación de los niños que parecen asomarse entre los brazos de los santos. La terminación en la parte trasera a base de telas encoladas es la habitual, pues no iba a ser vista al estar adosada a la pared. En estas esculturas Cano renuncia al uso del color como elemento decorativo, él policromaba sus esculturas ya que había pasado el examen de los dos gremios, desterrando el dorado y la estofa de sus esculturas al contrario de lo que hacían sus contemporáneos. Para él el color es la herramienta que le permite llegar allá donde no alcanza la gubia, y dotar a la escultura de un sentido pictórico más allá de la mera recreación colorista. Se produce la perfecta fusión de los valores propiamente escultóricos (composición, tratamiento de las superficies y los volúmenes) y los pictóricos (colorido de las vestimentas y las carnaciones). La influencia de los modelos clásicos que conoció en Madrid resulta definitiva para entender estas imágenes, ya que su barroquismo no estriba en el exagerado movimiento, sino en la contención y el ensimismamiento tan propios de su escultura, logrando obras de una gran estabilidad y monumentalidad. No obstante dota de movimiento a sus esculturas, se nota en las más canescas, San Diego de Alcalá y San Antonio de Padua, donde gira levemente las cabezas y bajo el hábito coloca una rodilla adelantada logrando esta sensación de movimiento. Además, en el caso del San Diego ha aprovechado el milagro que cuenta como las limosnas para los pobres que llevaba recogidas en su hábito se convierten en rosas, lo que facilita el elegante recogido del hábito a la altura de las rodillas con los pliegues tan característicos de su producción escultórica.Cano es un creador de tipos ideales que retoma de forma invariable en sus diferentes obras. Así el rostro ovalado, los ojos ligeramente rasgados y el gesto ensimismado los podemos reconocer en el San José o el San Antonio de Padua, a través de estos rostros nos asomamos a personalidades de gran calado místico. Igualmente las figuras de los niños forman parte de su imaginario que retoma de forma continua tanto en pintura como en escultura estableciendo entre ambas un estrecho paralelismo.
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