Es reseñable en esta pintura la manera en la que Murillo, ya en su época de madurez, resuelve la caracterización de la vejez de san Félix. Las arrugas del paso de los años no están trazadas exclusivamente mediante la pincelada sino que también se marcan utilizando el cabo del pincel. Este expresivo recurso, pensado por la altura a la que quedaba el lienzo, es un magnifico ejemplo del dominio en el uso de la técnica pictórica que alcanzó en las décadas finales de su carrera. San Antonio de Padua y san Félix de Cantalicio son los únicos santos que encontramos repetidos en el ciclo de capuchinos, duplicidad quizás debida al proceso cronológico de creación de la serie. Es posible que, finalizado el retablo, se decidiera dedicar a ambos santos un mayor protagonismo dedicándoles además una capilla propia.