Murillo transmite con gran delicadeza y calidad plástica la expresión sincera del sentimiento religioso de amor a Cristo, base de la espiritualidad franciscana. Representa un momento fundamental de la vida del santo: el instante en que se produce su renuncia a los bienes materiales, representados por el globo terráqueo que pisa, apartándolo de sí, para consagrarse a la vida religiosa y dedicarse al prójimo. Este episodio alude al pasaje evangélico (Lucas, 14: 33) del libro que sostienen los dos ángeles de la derecha: «Qui non renunciat omnibus qui possidet non potes meus esse dicipulus» (Quien no renuncia a todas las cosas que posee no puede ser mi discípulo). Jesús, corresponde a Francisco desclavando uno de sus brazos para confortarlo.