En la zona terrenal, y en un primer plano, aparece la sobria y recortada figura de San Ignacio, de riguroso negro, postrado ante un esplendoroso y cálido rompimiento de gloria presidido por la Santísima Trinidad que, rodeada de una corte angélica, autoriza con su presencia a un par de ángeles a hacerle entrega de una brillante rodela ovalada con el emblema de la Compañía de Jesús.