La tradición nos cuenta que tras la ascensión de Cristo, Santiago Apóstol llevó su obra misionera a España, aunque después de algunos años regresó a Jerusalén. Los Hechos de los Apóstoles narran que en el año 44 d. C. fue decapitado y sus restos trasladados a Galicia por sus discípulos; desde aquél momento, en España se dieron numerosas conversiones, tal y como el apóstol había profetizado durante su misión. A partir del siglo XI, el lugar de su sepultura en Santiago de Compostela se convirtió en un lugar destacado de peregrinación.
La representación de Santiago Apóstol tuvo una gran difusión en la primera mitad del siglo XVII, debido al establecimiento de la doctrina del “molinismo”, llamada así porque se basaba en los estudios del jesuita Luis de Molina. Fue a finales del siglo XVI y comienzos del XVII cuando proliferaron las imágenes de los santos más cercanos a esta doctrina, tales como San Pablo, San Pedro y Santiago Apóstol. Este último es tradicionalmente representado, como en esta obra, vistiendo el hábito de los peregrinos, con el mandil y la concha, su atributo distintivo. El rostro muestra un personaje de aspecto joven, con la barba rala y expresión serena, sosteniendo un libro en su mano. La personalidad de Ribera se aprecia especialmente en el tratamiento de las manos y el libro así como en el semblante del santo, donde la pincelada densa, modela y subraya los efectos de la luz. Se conocen varias versiones de esta sobria e intensa representación, cuya fecha de ejecución suele situarse en la primera mitad de los años treinta, por sus afinidades técnicas y de estilo con la serie de los Filósofos, etapa en la que su estilo, aunque fiel a una personal interpretación del tenebrismo, incorpora una técnica más luminosa y vibrante plenamente barroca.
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