En esta obra, se ponen de manifiesto alguno de los rasgos tradicionales de la pintura sevillana, la convivencia de lo cotidiano con los sobrenatural, el cuidado óvalo arquitectónico siguiendo a Pacheco y Murillo y el tratamiento preciosista de las flores y de los tejidos y bordados característicos de este pintor.
Presenta un doble registro escénico donde, en el principal, se representa a Santa Ana enseñando a leer a la Virgen Niña observadas por San Joaquín y, en el secundario, a María en la cuna rodeada por angelitos que portan motivos de simbología mariana, haciendo evidente esa nueva pretensión contrarreformista de acercamiento de la religión a la vida como ideal pedagógica que vendría a imponerse en la cultura española de la primera mitad del setecientos, como demuestran, por ejemplo, tanto la dulzura con que el autor ha concebido la composición, como los animalitos domésticos que, por el lado inferior izquierdo y a diferente escala, juguetean a los pies de un canastillo de costura. Puede estar inspirada en la que pintó Juan de Roelas para el Convento de la Merced de Sevilla.