Aunque no hay evidencia en los evangelios de la asistencia de San Pedro a la flagelación de Jesucristo, este episodio iconográfico gozó de gran popularidad en la Corona castellana desde el siglo XVI. Esto se debe a que, en el ámbito de la Contrarreforma, la iglesia católica defendió los sacramentos frente a las ideas protestantes que los atacaban, en especial el de la confesión. Así, la imagen de San Pedro arrepentido por haber negado a Cristo se popularizó como un símil del pecador contrito que acude ante el confesor a redimir sus pecados.