Era un labrador de una aldea de La Mancha, tenía mujer e hijos, y un buen día decidió dejarlo todo para andar a la ventura como escudero de un caballero andante. Bien es cierto que tal caballero era un hidalgo vecino suyo y que le había prometido el gobierno de una ínsula. Y aunque el historiador diga que “tenía muy poca sal en la mollera”, iba a demostrar todo lo contrario. En ese momento empezaba el diálogo inolvidable entre los dos personajes, tan dispares que, a medida que vivían juntos aventuras, se iban acercando en su forma de ser e iban uniéndose por el afecto.