Esta imagen representa a Domingo de Guzmán, santo español nacido en el siglo XII y fundador de la orden de predicadores a la que da nombre.[1] Si bien es una escultura de bulto redondo y de tamaño un poco menor del natural, el esbozado del volumen en la parte posterior y la carencia de policromía en esa zona nos indica que en su ejecución primó el carácter frontal, estableciendo que debe tratarse de una pieza concebida para retablo. Gracias a una pérdida de la tapa que cubre la parte baja del manto en la zona posterior, se puede apreciar el ahuecamiento practicado en la madera acorde a las reglas de buen oficio contenidas en las ordenanzas y que además daban por resultado el aligeramiento de la efigie. Al parecer, esta figura se trabajó en varias partes, el cuerpo de un solo bloque, y el manto, los brazos y la cabeza, en partes agregadas a la pieza central.
Es lo concerniente a su trazado, presenta un suave movimiento en el cuerpo que insinúa una discreta S, levanta el brazo derecho separándolo por completo del cuerpo, mientras su mano se curva separando cada uno de sus dedos con un movimiento grácil y elegante. De la misma manera, su tamaño también permite concebir su ubicación original, como ya señalamos, en un retablo, ya que es demasiado grande para un altar privado. La talla es excelente lo mismo que la policromía en ella, y el estofado, detalles que nos hablan de un imaginero y policromador de gran calidad. Aunque esta pieza tiene partes repintadas, sobre todo en la capa, aún es claramente apreciable la exquisitez y el cuidado que se tuvo en todos los detalles del estofado. Éste presenta diferentes estampados florales y vegetales combinados con patrones geométricos en los cuales resalta el uso de diversos punzones y esgrafiados, con los que crea formas que enriquecen sobremanera el trabajo realizado. El estofado en la túnica parece original y se encuentra en muy buen estado, sin embargo, el del manto presenta retoques en las partes oscuras que ayudan a delinear las flores del estofado y que fueron hechos posiblemente con la idea de hermosear la pieza para su venta.
Tanto el movimiento del cuerpo y el de las telas, que mantienen cierto reposo, así como el tipo y el tamaño del estampado en los motivos impresos en el estofado, son acordes con los del siglo XVIII. El encarnado, tanto en la cara como en las manos, parece ser original y presenta un suave pulido sin perder el característico acabado mate muy cuidado. Tiene ojos de vidrio y, adheridos a los párpados, aún quedan algunos restos de lo que fueron las pestañas originales.
Santo Domingo presenta como atributos de identificación, en primer lugar, el hábito bicolor de su orden: túnica y escapulario en blancos, y capa negra a las que, para subrayar el cromatismo se le ha trabajado con sumo esmero los dorados en pan de oro y los temples superiores, además de los cincelados en las cenefas. Como es habitual, el santo presenta tonsura rodeada de espeso pelo que ha sido trabajado con finas gubias, parte repintada en fechas posteriores. En su mano izquierda tiene el libro abierto de su regla y tal vez en la otra, por el gesto de ésta, puede inferirse que portara un báculo de fundador. El atributo que lo hace inconfundible es la estrella en la frente; iconografía que procede del momento de su bautizo, cuando su madrina al sostenerlo sobre la pila bautismal “creyó ver en la frente de su ahijado una estrella muy brillante que proyectaba claridad sobre todos los países de la tierra”.[2] Por lo general al representarse en pintura, la estrella, que es roja, brilla sobre su frente o encima de su cabeza; en la escultura lo común es situársela en el centro de la frente y con cierto relieve, o añadida como es este caso.
Ésta es una escultura de excelente factura realizada posiblemente en los obradores del territorio sur de la Nueva España, ya que sus características formales y algunos elementos de su ornato mantienen cierta sintonía con el área comprendida entre Puebla y Oaxaca, sin descartar su origen capitalino, y, cronológicamente se puede ubicar su hechura a lo largo del siglo XVIII, aunque nos decantamos por las décadas centrales o en la segunda mitad.
[1]. Réau, 2000: 394.
[2]. Vorágine, 2001: 441.
Fuentes:
Réau, Louis, Iconografía del arte cristiano. Iconografía de los santos. De la A a la F, tomo 2, vol. 3, Barcelona, Serbal, 2000.
Vorágine, Santiago de la, La leyenda dorada, vol. I, trad. de fray José Manuel Macías, Madrid, Alianza, 2001.
You are all set!
Your first Culture Weekly will arrive this week.