Los sellos o pintaderas para tortillas ceremoniales son una representación de la cosmovisión otomí y el sincretismo religioso de los municipios de Comonfort y San Miguel de Allende en Guanajuato y la comunidad Mi Ranchito en Querétaro.
Constituyen parte de la identidad de ese grupo étnico ubicado en torno al río Laja, que se diferencia culturalmente de las comunidades de la región noroeste del estado de Guanajuato. Además de la zona señalada, no existe otro espacio en el país con una tradición similar. Las tortillas referidas se elaboran únicamente para celebrar algún acontecimiento relevante.
La práctica de grabar y pintar tortillas tiene probablemente origen prehispánico, pero el uso de los sellos de madera de mezquite proviene al parecer del siglo XIX. Las tortillas se pintan con diversas imágenes religiosas, figuras fitomorfas, zoomorfas, escenas de festejos locales, símbolos indígenas e incluso festejos cívicos como el 16 de septiembre, y son usadas como agradecimiento por las buenas cosechas.
Es un rito colectivo en que el alimento deja de ser ordinario para convertirse en extraordinario. Inicialmente se utilizaron en los festejos religiosos, más adelante también se incluyeron en las conmemoraciones cívicas nacionales y en las celebraciones familiares como bodas y bautizos.
Según Fray Bernardino de Sahagún, los otomíes tenían una Pascua principal que llevaban a cabo cuando querían celebrar los frutos, llamada tascanme, que en lengua otomí quiere decir "Pascua de pan blanco", era una fiesta antiquísima que conmemoraban con gran solemnidad. Toda la población veneraba en esta fiesta a la diosa Madre vieja con frutos de la cosecha como diezmo de lo que se producía.
De ahí que para ellos fuera congruente suponer que la imagen de la comunión fuese el pan de maíz con una imagen católica impresa. Así, los indígenas elaboraron la hostia con maíz, dotándola de diversas representaciones. Desde esta perspectiva, las tortillas ceremoniales son un sincretismo de ambas religiones, en el que se conservó el soporte y la forma circular de la ofrenda con la simbología católica.
Para los otomíes, como para el resto de los pueblos mesoamericanos, el maíz es el ordenador de la vida religiosa, el espacio vital de la convivencia de los hombres con los dioses. Luego de la Conquista y la evangelización, el calendario de los festejos prehispánicos se reelaboró en torno a las celebraciones de las fiestas patronales de los santos, con una resignificación del panteón indígena.
En el caso del maíz, el símbolo sagrado, se vincula con advocaciones católicas como la Santa Cruz, san Isidro labrador y san Juan, que son las imágenes que aparecen más frecuentemente en las tortillas pintadas.
Hay que mencionar que para los otomíes la imagen de la cruz que muestra a Cristo crucificado es la imagen asociada a los pasajes de la Pasión narrados en la Biblia, que se despliega sobre todo en las celebraciones de Semana Santa. Sin embargo, la Santa Cruz, sin la representación de Cristo, es una devoción que guarda relación con los ciclos agrícolas.
Las imágenes católicas de las tortillas se asocian, en su mayoría, a la imagen que se encuentra en las capillas de las distintas parroquias y comunidades. En ese sentido, la comprensión de las tortillas y su significado, parte del rito para el cual fueron elaboradas.
Los sellos para tortillas son conocidos también como pintaderas. Generalmente son elaborados por hombres utilizando el corazón del mezquite, ya que es la madera más resistente a la humedad y se preserva muy bien por su dureza. Se graban en relieve generalmente por los dos lados, que es lo que permite que la imagen se selle.
Tienen forma redonda o cuadrada, y siempre son planos. Algunos sellos tienen agarradera para facilitar su manipulación. Cada sello tiene una estética propia y su valor va asociado al festejo representado y a la herencia de abuelas, madres, hijas y nueras, es decir, a los vínculos consanguíneos femeninos.
La técnica tradicional para pintar las tortillas consiste en el uso de plantas de la región, como el muicle y la grana cochinilla. Del primero se obtiene el color morado, de la segunda, el rojo en distintas tonalidades. Una vez obtenido el pigmento, las mujeres introducen un olote en el pigmento líquido y posteriormente lo ruedan a manera de rodillo sobre el molde para que se impregne el color.
A la vez, las tortillas se preparan en la prensa y se colocan sobre el comal, a media cocción se pasan cuidadosamente sobre el sello impregnado. La tortilla no se tiene que presionar, ya que los relieves del sello permiten que el color se impregne en la masa suave durante unos segundos. Posteriormente, se retira del sello y se coloca nuevamente sobre el comal, con el lado pintado hacia abajo.
Todo ello requiere de un conocimiento y una práctica que se ha ido transmitiendo entre las mujeres de esas comunidades de generación en generación, a mode de una ciencia de vida cotidiana.
Cada parte del proceso tiene una explicación, por ejemplo, el pigmento líquido se deshidrata con el calor del comal al mismo tiempo que la tortilla se cuece, lo que provoca que la pintura se impregne en la masa, por lo que el teñido no se corre al colocarle un guiso. Conocer el tiempo de cocción también es importante, pues cuando la tortilla ya pintada se coloca nuevamente sobre el comal, debe calcularse el tiempo de cocimiento, o en la tortilla aparecen pequeñas manchas negras que estorban al dibujo. Otro cálculo es el de la cantidad de pigmento líquido que se coloca sobre el molde, pues si es demasiado, la figura se deforma y si es poco, ésta queda incomepleta.
Los sellos otomíes del Museo Amparo no ofrecen imágenes católicas, sino de la cosmovisión otomí en comunión con el dios del maíz, que es representado por la tortilla misma, en ese sentido, son un ejemplo de la percepción de la naturaleza como una entidad animada, ya que la edificación de espacios para la adoración de los dioses y la ritualidad en torno a ellos fueron prácticas que los otomíes trajeron consigo como un legado de sus ancestros y que conservaron como parte de su identidad.
La manufactura deeste conjunto de sellos es elaborada y de excelente calidad, incluso en comparación con otros ejemplares en existencia, por ejemplo, en el museo de Mi Ranchito en Querétaro.
Esta pieza en particular presenta por un lado una escena de pelea de gallos en conjunto con imágenes de iconografía otomí. Por el reverso muestra la rosa de los vientos e imágenes iconográficas otomíes.
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