La dinámica vida artística del México de los años veinte atrajo como poderoso imán a propios y extraños, con lo que la capital del país se vió llena de artistas en busca de oportunidades. Del puerto de Veracruz emigró Ramón Cano Manilla quien, como Fernando Castillo y Luis Martínez, procedía de una familia de magros recursos. No obstante, muy joven ingresó en las clases de dibujo nocturno de la Escuela Nacional de Bellas Artes, perseveró, y para los años veinte, lo ubicamos formando parte de la fraternidad artística de la Escuela de Pintura al Aire Libre de Chimalistac y participando con sus obras en la exposición del Museo de Arte Moderno de Madrid en 1926 y en la Feria de Sevilla de 1928, donde obtuvo una medalla de oro por su obra India Oaxaqueña. Cano Manilla es el caso prototípico del artista egresado de estos centros que no evolucionó en su estilo pictórico y que, por el contrario, continuó con la pedagogía espontaneísta mas allá de la década de los años treinta. Diseminó la experiencia en otras provincias de México, como en Monterrey, Veracruz y Tamaulipas donde realizó murales y fundó centros escolares de pintura para niños. Vid. María Vidal de Alba. Ramón Cano Manilla: un artista de provincia</<a>i>. México, Tesis de la Universidad Iberoamericana, 1982.
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