En el caso de Ernesto Deira, la pintura no debe asociarse a una representación religiosa –como ocurre en ese tiempo con la de Luis Felipe Noé–, sino como una referencia a la humanidad, a las consecuencias del conocimiento del bien y del mal. El tema iconográfico puede haber derivado de su interés en el judaísmo, estimulado por su mujer, la pianista Olga Galperin. La elección de un tema de larga tradición en Occidente –que cualquiera pueda reconocer en su contenido– implicaba interpelar al espectador desde su capacidad metafórica en un tiempo marcado por decisiones vitales sobre el compromiso político. Esta interpelación puede indicarse también en la serie de tintas previas con cuerpos de trazos torturados y violentos bajo el título "Siempre hubo ángeles", que juegan en el mismo terreno de la asociación bíblica.