A comienzos del siglo XIX se comenzaron a usar piezas alargadas, construidas en hueso, madera, marfil e incluso metal, con orificios donde se colocaban pequeños insectos o elementos vegetales y eran comprimidos mediante vidrios muy delgados o micas soportadas por anillos de metal. El desarrollo de estas piezas, germen de las primeras “laminillas”, forzó al desarrollo de las primeras platinas para soportar estos portaobjetos.