Los ciudadanos sumerios de la clase dirigente nos han legado sus imágenes a través de estatuas de orantes. Esta estatuilla forma parte de esta corriente escultórica que se repitió durante años en Mesopotamia, caracterizándose por la escasez de variedades temáticas, con los vestidos y las posturas poco renovadas.
El orante de Madrid está de pie, en actitud de adoración, con las manos juntas, el cráneo rapado y unas orbitas oculares grandes y vacías, que en su momento debieron estar incrustadas con nácar y lapislázuli, conformando los ojos. Las orejas son grandes, los labios finos y la nariz se ha perdido, restando expresividad al rostro. Las líneas geométricas caracterizan a la figura, con hombros marcados, torso trapezoidal, brazos desmesuradamente anchos hasta los angulosos codos, e inmediatamente reducción de estas extremidades. Los pies de la estatuilla son recios y cuadrados y el personaje se apoya en un montante que llega por detrás hasta la mitad del faldellín. Esta falda, cuyo uso desconocemos si fue ceremonial o diario, estaba hecha mediante una superposición de volantes de lana de cabra u oveja.