La belleza del entorno y el peculiar colorido de las aguas del mar de Jávea (Alicante) cautivaron a Sorolla: él mismo decía, en una carta de 1896 a su esposa Clotilde, que el paisaje de Jávea era un sueño. Pero fue durante una productiva estancia allí en el verano de 1905 cuando el pintor abordó con entusiasmo los temas de nadadores en sus aguas verde esmeralda, experimentando con una paleta más brillante y oscura y ahondando en el estudio de la luz y el movimiento.
El pretexto de la obra son dos niños nadando hacia una roca que asoma en el ángulo superior izquierdo; sin embargo el verdadero tema de este lienzo es el efecto de la luz atravesando el agua en movimiento y deshaciendo los contornos de los cuerpos infantiles, que se fragmentan y descomponen en brochazos certeros y seguros, de intensos verdes, naranjas, azules y malvas.