"Un día se me presentó en las oficinas Consuelo Frank llena de indignación. “¡Óigame señor Bustillo! No pretenderá desnudarme delante de todo el mundo”. De nada sirvió explicarle que el tormento comenzaba su atrocidad en el acto brutal de que la doncella fuese desnudada a tirones por los verdugos. Consuelito estaba enamorada de su personaje, pero tenía en mucho más su recato."