La Alhambra

Fue en enero del año 1492 cuando los Reyes Católicos entraron en la Alhambra después de que sus tropas conquistasen Granada. La ciudad medieval se encontraba bastante deteriorada por los años de luchas entre miembros de la familia real nazarí y también por los años que estuvo sitiada hasta que fue tomada. Con voluntad de transformarla en su Casa Real, destinaron 713 181 maravedís para reconstruir las partes dañadas y adaptarlas al nuevo uso. Esta cantidad alcanzó los ascendió a 5.131.362 maravedís considerando las intervenciones arquitectónicas de carácter militar. Las obras comenzaron en el mes de mayo. Los reyes se instalaron en la parte del Palacio de Comares que hasta entonces estuvo destinada a la administración del Reino de Granada, el Mexuar de la Alhambra. Alrededor de la sala donde se reunía el Gobierno Nazarí bajo la presidencia del sultán se centraron gran parte de las obras. La sala se convirtió en la Capilla Real, construyéndose sobre ella una nueva planta con diversas galerías, cuyo acceso requirió construir una escalera que arrancaba desde el patio del Cuarto Dorado. Tanto el Cuarto Dorado como las dependencias de la nueva planta constituyeron las habitaciones de la reina Isabel. Tanto la escalera como el balcón volado sobre el patio, que comunicaba la habitación construida sobre el Cuarto Dorado con las de la nueva planta situada sobre la Capilla Real, fueron demolidos en 1865. Con Felipe V comenzó el abandono total de la Alhambra. De real sitio y fortaleza militar, se fue convirtiendo en un reducto presidiario y residencia de quienes no tenían otro sitio en donde vivir. A finales del siglo XVIII la Alhambra y el Generalife estaban abandonados y no fue hasta el regreso del absolutismo de Fernando VII (r. 1808 y 1833) cuando la Alhambra volvió a ser objeto de atención real.
De un modo u otro, la Alhambra siempre ha estado habitada. Esta es la razón por la, como dice el profesor Emilio García Gómez en el Prólogo de su libro «Poemas en los muros y en las fuentes de la Alhambra», “un monumento hecho con cuatro palitroques aún permanece en pie”.

En este cuadro de Adolf Steel, titulado La Alhambra, se muestra una imagen en la que se reconoce el Patio del Cuarto Dorado. Así se deduce, fundamentalmente, de los capiteles almohades de las dos columnas del pórtico que son únicos en el monumento nazarí. En el vértice superior derecho deja un rastro del balcón volado del que se ha hablado en los párrafos anteriores. El paramento vertical con arco apuntado del primer plano fue eliminado en las reformas posteriores del patio. Pero lo más llamativo es que Steel sitúa una alberca en el centro de este porque nunca existió. Al parecer, el pintor quiso sintetizar en una sola imagen dos patios, el de Arrayanes, o de la Alberca, y este del Cuarto Dorado.
No obstante, el color del agua es Alhambra al ser esta su recipiente.