Este lienzo, lleno de sutil sentido alegórico, representa uno de los temas preferidos de Zurbarán, la Casa de Nazaret. El éxito de estas obras de devoción popular fue considerable, siendo retomado el tema por Murillo, los seguidores e imitadores de Zurbarán y ampliamente difundido en las colonias americanas. La escena nos presenta un Niño Jesús adolescente de belleza angelical en un interior de aspecto monumental y de carácter clasicista, que en nada se asemeja a la iconografía convencional de la Casa de Nazaret. Por ello, el cuadro pierde el tono intimista de este género de obras. El Niño Jesús aparece sentado, en un banco, con la cabeza ligeramente inclinada mirando pensativo su dedo índice en el que se ha clavado una espina de la corona que teje. Es un estudio de cabeza correcto, con cabellos de oro rizados que enmarcan un rostro de expresión dulce y abstraída. Viste amplia túnica de color gris violáceo, color de la penitencia, con abundantes pliegues quebrados al modo de los primitivos flamencos. La gama cromática es suave, con predominio de tonos cálidos, pardos, verdosos, grises y malvas que contrastan con el rojo intenso del cortinaje. Para dar sensación de intimidad introduce detalles de mobiliario y ajuar doméstico. En este caso la presencia de una pequeña mesa, con el cajón entreabierto y en perspectiva invertida, sirve como soporte a uno de sus más bellos bodegones: unas flores en un limpio jarro de vidrio, símbolo de la pureza, un pequeño libro cerrado y un petirrojo como ave que preludia la Pasión. Se trata en definitiva de una obra en la que se funden armoniosamente la realidad cotidiana y el sentido trascendente.