Esta obra, que tiene ecos de "Las hilanderas" de Velázquez, nos sitúa en la antigua Fábrica de Tabacos de Sevilla, donde se recrea el momento en el que una cigarrera detiene su actividad laboral para amamantar a su hijo ante la mirada de sus compañeras. Las enormes proporciones de la obra permiten desarrollar una amplia y detallada descripción del ambiente. En ella, el artista utiliza una técnica de pincelada muy suelta que conforma figuras de perfiles indefinidos y difusos, con un colorido alegre y luminoso. Los contrastes de luces y sombras provocados por haces de luces que penetran en el interior a través de los óculos laterales configuran los volúmenes y marcan la profundidad del espacio representado: una perspectiva de una de las galerías del edificio de la Real Fábrica de Tabacos sevillana, plagada de mesas, donde las mujeres se afanan en su trabajo: la confección de cigarros.
Esta obra, fundamental en la trayectoria artística de Gonzalo Bilbao, fue fruto de una intensa búsqueda de ideas compositivas y técnicas. Durante cuatro años Bilbao realiza un total de once estudios en óleo sobre lienzo, casi todos en manos privadas, de medidas similares -en torno a 84 x 62 cm- con apuntes de los personajes, las cigarreras, del espacio, y de la luz.
La obra fue presentada por Gonzalo Bilbao en la Exposición Nacional de 1915, junto con esos once bocetos preparatorios. La crítica favorable fue unánime. El crítico Ramón Pulido, de la revista El Norte de Madrid, dice sobre ella: ""Las cigarreras, es una obra que está repicando á gloria, y es preciso acudir á verla para gozar ante ella. [...] Gonzalo Bilbao nos manifiesta de un modo clarísimo que en cualquier momento de la vida hay momentos bellos y sentidos: claro es que, para sacar provecho de estos momentos, se necesita tener el talento inmenso del pintor sevillano".
Aún así, la medalla no llegó, premiándose obras manifiestamente inferiores, por lo que la crítica la colmó aún más de alabanzas. Pero fue Sevilla, y principalmente el colectivo de cigarreras, los que el día 16 de junio de 1915, recibieron en la estación de Plaza de Armas al pintor, llegado de Madrid, aclamándole de igual modo que si hubiera sido galardonado. Este hecho, sin duda, creó una especial vinculación entre este lienzo y la ciudad.
Gonzalo Bilbao siempre sintió un especial interés por representar a la mujer proletaria sevillana en sus obras, y en particular a la cigarrera, que tanta literatura deformada había generado en el siglo XIX. La reducción que los viajeros extranjeros hicieron de esta figura a una mujer emancipada y ciertamente liberal, no dejaba ver la tremenda situación laboral de desamparo e insalubridad que día a día sufría en la fábrica.
Esta temática de la mujer trabajadora ya había llamado la atención de otros pintores anteriores, como Santiago Rusiñol, en la Cataluña fabril, o del propio Velázquez, en el cuadro Las hilanderas, al que Bilbao rinde, como ya hemos dicho anteriormente, un claro tributo.
Pero la obra de Las cigarreras va más allá. La sutileza de la crítica subyace tras esa escena tierna que llama poderosamente la atención del espectador: una bella mujer amamantando a su hijo en plena jornada laboral, rodeada por sus compañeras. El lienzo de Bilbao viene a poner de manifiesto su falta de derechos: estas mujeres empezaban a trabajar a una temprana edad (por lo general a los 13 años); no había límite de jubilación; cobraban menos de la mitad del jornal masculino; no había seguros de enfermedad, viudedad, incapacidad o alumbramiento; y su agotadora jornada laboral debía ser compaginada con sus obligaciones maternas.
Gonzalo Bilbao hizo un canto a la cigarrera, y la reivindica en esta obra -la mejor de toda su trayectoria artística- y la convierte en un icono de la mujer trabajadora.
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