La repetida caracterización de Sorolla como "el pintor de la luz" encuentra plena justificación en esta obra de madurez. La luz natural, su efecto sobre las formas, sobre la realidad y, lo que es más importante, sobre la percepción que de ella tenemos centraron la atención del pintor valenciano durante toda su carrera artística. Contraluz, luz natural, directa, filtrada o reflejada. la luz solar en todas sus modalidades se cita en la superficie de un óleo trabajado a grandes brochazos certeros; toques de pincel cuya velocidad parece perseguir la fugacidad del instante lumínico apresado
En el interior de una caseta cercana a la orilla, una mujer ayuda a otra más joven a deshacerse de la bata rosa aún mojada por el baño reciente. La luz reflejada en los blancos lienzos laterales inunda de claridad la escena mientras las figuras se recortan a contraluz sobre el fondo de cañas y playa. Desde el techo reciben la luz solar que, filtrada por el cañizo que no vemos, salpica de manchas blancas ambos cuerpos. Su monumentalidad es sin duda deudora del gran formato a que le obligan los paneles de la Hispanic Society de Nueva York (en los que lleva trabajando desde 1912), pero su alusión a los "paños mojados" de la escultura griega y el cuerpo rotundo en una pose que recuerda la clásica figura de las Tres Gracias transfiguran la escena con una dignidad helénica.
La potencia física y la naturalidad de las figuras transcriben el propio optimismo del pintor y su confianza en el pueblo llano como motor regenerador y evolutivo del país. A esta realidad nos guía Sorolla con un acercamiento en el que prima el mismo naturalismo instantáneo, sincero y directo con el que trata de apresar en los pinceles los efectos lumínicos que ofrece a nuestra mirada.