La obra representa un asunto apócrifo que tuvo un grandísimo desarrollo en la Edad Moderna. Se trata del episodio en que la Sagrada Familia hace un alto en su camino hacia Egipto, momento que es aprovechado por María para amamantar al Niño mientras toma un pañal del equipaje. Mientras tanto, a la derecha y recostado sobre un tronco, José, que, con su manto, ha hecho más confortable la parada, observa complaciente la escena. Unos angelillos, que toman flores del árbol, observan la escena revoloteando en un celaje de un vivísimo azul, característico de las obras del maestro. Además, la obra presenta una novedad iconográfica en el repertorio de Ribera, ya que, en sus Sagradas Familias, solía incluir la figura de San Juan Bautista niño. Considerada como la mejor pieza que ingresó en las colecciones del Museo como consecuencia de la Desamortización de 1835, procede del convento de Capuchinos de Córdoba, en donde presidía un altar en el que fue sustituida por otro lienzo con un Crucificado, que también fue confiscado. Fue tenida desde entonces como obra original del maestro valenciano, no obstante, a partir de 1923, con los primeros estudios artísticos de carácter más científico, fue puesta en duda su autoría pasando a considerarse como obra del activo taller que Ribera mantuvo en Nápoles.
Hasta 1980 no se tuvo constancia de la existencia de otra versión, considerada la original, de esta obra en la colección madrileña Villagonzalo y que perteneció al Marqués de la Torrecilla, fechada hacia 1641-1643. Esta obra sería enviada desde Nápoles hacia 1650, probablemente junto con la versión cordobesa, que, como se dijo antes, aunque considerada como obra de taller, presenta también una grandísima calidad pictórica y, en la que, con bastante verosimilitud, interviniera de alguna manera la mano del maestro. La obra fue restaurada a fines del siglo XVIII por Antonio Álvarez Torrado y, en 1948, el restaurador enviado por la Junta Superior de Conservación de Obras de Arte, Cristóbal González de Quesada, vuelve a limpiarlo y restaurarlo.
Abría que situar la obra en la segunda etapa de Ribera. En ella, el maestro se manifiesta como un extraordinario colorista, cualidad esta que fue alabada ya desde Pacheco, y que causó admiración en su propia época. Este éxito viene avalado por el hecho de que, sobre la obra, se hicieron varias réplicas existentes en distintos lugares de España, como las que se conservan en una colección privada de Palma de Mallorca, en la Catedral de Granada, atribuida a Bocanegra, en las jerónimas de Constantina (Sevilla) y en el convento hispalense de Santa Paula, que se tiene por obra de Juan de Sevilla.
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