Este espléndido lienzo, por su profundo dramatismo, es una obra que escapa de las características habituales de la pintura de Murillo. Algunos historiadores han subrayado su carácter poco murillesco, extraño, de concepción más castellana que andaluza. Representa a la Virgen de cuerpo entero, sentada en un banco corrido tal como fue representada en la pintura en la década de 1650. De frente y, emergiendo de un fondo intensamente oscuro, en el que destaca la luminosidad del rostro y de las manos, eleva su mirada al cielo con un gesto de dolor contenido y abriendo los brazos en un gesto de petición de amparo. La obra muestra un esmerado estudio de la profundidad con recursos como el posicionamiento de las manos que parecen avanzar hacia el espectador. Sobresale el dominio de la paleta en el rico colorido de los paños y el naturalismo de la figura.