Esta obra es una de las pocas que se conocen de Pedro de Moya, uno de los pintores más enigmáticos de la época. Su importancia se acrecienta al hallarse firmada como se aprecia en la base de la columna en el lateral derecho del cuadro, lo que la convierte en un punto de partida inequívoco para el estudio de la producción de este artista.Pedro de Moya nace en Granada, pronto viajará a Sevilla y de allí a Flandes, donde conoce a Van Dyck, al que sigue hasta Londres, asumiendo algunos de sus principios pictóricos. Tras una breve estancia en Sevilla regresará a su ciudad natal en 1650.A través de él llegó a Granada la influencia de la pintura flamenca, sobre todo en el color, ya que en cuanto a formas y composición los grabados flamencos habían logrado gran difusión y habían ido calando en los artistas locales. También se le considera el introductor de la composición en diagonal, aspecto que fácilmente se puede observar en este cuadro, dos líneas imaginarias se cruzan de un lado al otro del cuadro formando una aspa, una desde el cortinaje y el angelillo que lo sujeta hasta el ángel que sostiene el jarrón con azucenas y la otra línea que va desde el rostro de Cristo hasta el hábito, cruzándose ambas en el rostro de la santa.Esta obra se aprecia la formación flamenca de su autor que nunca renunciará al manejo del color que aprendió de la obra de Van Dyck y también la poderosa influencia que recibe de Cano a su vuelta a Granada, acreditada en la cabeza de Cristo que nos recuerda los típicos perfiles canescos.