Muchas son las incógnitas que rodean a esta pequeña joya, a caballo entre los estilos gótico y renacentista, que siempre ha ocupado un lugar preferente en las colecciones de este museo.El mismo nombre con el que se conoce, Tríptico, parece indicarnos que se trata de una pieza que se utilizó como pequeño altar de campaña, pero para algunos especialistas se trata más bien de un portapaz, instrumento litúrgico utilizado para recibir a las altas dignidades a las puertas de los templos. Tampoco está claro que perteneciera a Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, pero la tradición así lo quiere.La cronología y autoría de este esmalte sobre cobre, también están cuestionadas, las últimas publicaciones sobre el mismo sitúan su creación en torno a 1507 y a los hermanos Penicaud, esmaltadores de Limoges, como sus autores.Lo cierto es que tantas dudas sobre la obra no hacen sino corroborar el continuo interés que despierta.El Tríptico está organizado a modo de pequeño retablo: la parte inferior nos ofrece tres momentos de la Pasión de Cristo con la ciudad de Jerusalén al fondo, mientras que el Juicio Final se presenta en la superior, el Resucitado sentado sobre el arco iris y con los pies apoyados en el globo terráqueo convoca a los muertos que salen de sus tumbas, a la derecha San Pedro recibe a los elegidos en la puerta del cielo, mientras que a la izquierda un demonio empuja a otra muchedumbre, ésta despavorida, a las fauces del infierno. Este Tríptico ha salido siempre favorecido de las comparaciones que se han establecido con obras similares de su época. Está realizado con tanta delicadeza y meticulosidad que agradece la mirada atenta con multitud de detalles insospechados como puede ser el perro con rostro casi humano de la placa inferior izquierda.
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