Tan importante era la economía del cerdo que creó su propia cultura: la de matar cerdos en los patios de las casas por la noche y la de ofrecer su carne en la vía pública en mesas, con las cabezas, vísceras y demás cortes colgando en perchas y palos. Esta venta se realizaba especialmente los sábados y domingos en los concurridos atrios y plazas de la ciudad, donde también se hacían las fritangas de sancocho, chicharron y carnitas, envolviendo el ambiente con aromas peculiares que atraían por igual, a pobres y ricos.