Las representaciones de la Virgen de Guadalupe fueron en aumento a lo largo del siglo XVIII, en especial después de que se juró patrona de la Ciudad de México, en 1737, durante la peste de matlazáhuatl, que había atacado principalmente a las comunidades indígenas de la zona. Si bien ya varias de sus comunidades del área del valle de México y zonas aledañas se sentían atraídas por la Guadalupana, es posible pensar que, tras la recuperación de la peste, gracias a la supuesta intercesión de esta Virgen, la devoción hacia ella aumentara. Los pueblos indígenas de la región de Puebla-Tlaxcala, por cierto, sumamente dinámicos en esa centuria, contaban ya con un número importante de devotos a esta advocación, que pudo aumentar más aún por la influencia del culto creciente en el interior del virreinato tras su jura.
En esta obra, de corte local, se ha representado a la Virgen de Guadalupe, no de manera exacta como si se tratara de una “copia verdadera” como se les llamaba a las obras que pretendían reproducir exactamente alguna imagen milagrosa, pero sí siguiendo todas sus características particulares para conservar su identidad. En este caso, se presenta a la Guadalupana tal como el artífice podía interpretarla al observarla o copiarla de algún grabado, sin más ayuda que su capacidad. Es por ello que ciertos detalles “inexactos” no escapan de la mirada comparativa con aquellas que la copiaban “fielmente”, como el diseño, enriquecido en esta obra, de las flores doradas y negras en la túnica rosada de la Virgen, o el número y ubicación de las estrellas en su manto.
Lo interesante de esta pieza, quizá recortada en su parte superior, pues falta el Espíritu Santo para completar la Trinidad, comúnmente representada al lado de la Virgen, son los retratos de indios principales como sus donantes. Ambos, mujer y hombre, miran al cielo con las manos en oración, posición que implica que él lleve un bastón de mando, signo de que debió ser funcionario de alguna comunidad, recargado en su torso, atorado por sus brazos. Las telas de sus trajes, ricamente elaboradas, así como el collar de coral de la mujer, que también usa chiqueador siguiendo la moda, destacan su posición económica elevada.
Adereza la representación la presencia de guías de flores a los lados de María, recurso usual para embellecer las obras y recordar el origen de su estampación en el ayate de Juan Diego.