A partir del siglo XVIII el culto a la Virgen de Guadalupe cobró gran fervor en la Nueva España. Durante este siglo Miguel Cabrera fue el primer pintor al que se le permitió acercarse al ayate para hacer copias del original, mismas que se convirtieron en piezas relevantes.
De la necesidad de hacer copias nacieron las obras “tocadas al original”, las cuales fueron puestas en contacto directo con el ayate, de tal manera que se le transmitiera algo de su “divinidad”, tal y como en su momento sucedió con esta pieza del pintor novohispano Agustín del Pino.
La obra fue elaborada con la técnica de aplicación de incrustaciones madre perla, la cual se desarrolló a partir tanto de influencias prehispánicas, como asiáticas. El material utilizado era la concha nácar, también llamada madre perla. El proceso que seguían los creadores de este tipo de piezas, era el siguiente: preparaban una tabla para efectuar sobre ella el delineado de la imagen y seleccionaban las áreas donde se pondría la concha. A continuación, colocaban láminas delgadas de nácar y sobre estas se aplicaba pintura. Las partes que no llevaban madre perla eran pintadas al óleo.
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