Obra de Juan de Villegas que muestra el icono tradicional compuesto por la visión de Nuestra Señora pisando la media luna sostenida por el ángel, coronada y cubierta por un manto estrellado, y una aureola de luz brillante alrededor. En las esquinas del lienzo se encuentran, según la tradición, las cuatro apariciones de la Virgen al indio Juan Diego en el cerro del Tepeyac. En las dos esquinas superiores, el indio, acompañado de dos ángeles, contempla la aparición divina que le pide que acuda al obispo Zumárraga, le cuente lo que ha visto y le indique que construya un templo en aquel mismo lugar. La indiferencia del prelado y su deseo de tener pruebas más palpables que la sola palabra del indio motiva una tercera aparición, representada en el ángulo inferior izquierdo, con el consiguiente mandato de recoger unas rosas que, ocultas en su tilma o manta, debía mostrar a Zumárraga. La cuarta y última aparición tiene lugar en presencia del obispo y sus acompañantes, que pueden comprobar cómo, en lugar de las flores, es la propia imagen sagrada la que aparece impresa en la manta de Juan Diego. A los pies de la Virgen una cartela octogonal muestra un pequeño paisaje urbano, donde se puede ver la basílica de Guadalupe en construcción. Esto permite datar la obra en los primeros años del siglo XVIII, antes de que finalizara el templo y se inaugurara en 1709. Hasta 1754, la Virgen de Guadalupe no fue declarada patrona de la Nueva España, si bien desde mucho antes contó con este reconocimiento en el virreinato. Primero entre los indígenas, de los cuales uno fue testigo de una aparición, y rápidamente por los criollos, que consideraron que el texto "Non fecit taliter omni nationi", que escribió Benedicto XIV para que acompañase a la imagen, no hacía sino publicar por la máxima autoridad del universo católico el reconocimiento de la Nueva España como tierra de prodigios, en la que sucedían cosas que no pasaban en otros lugares del mundo.