Pedro de Mena es sucesor de la primera generación propiamente granadina de escultores. Hijo del imaginero Alonso de Mena, tras la prematura muerte de su padre, se vio obligado a asumir la dirección del taller familiar. Años más tarde colaboraría con Alonso Cano en las cuatro esculturas del crucero del convento del Santo Ángel, que están expuestas en la sala II, esta colaboración fue definitiva en su formación, ya que pudo asimilar unos procedimientos de trabajo más elaborados y un nuevo concepto estético que desarrolló por la vía de la perfección técnica y el realismo.También viajó a la Corte hacia 1662 y allí realizó sus tallas más famosas, como la Magdalena penitente del Museo Nacional de Escultura de Valladolid y el San Francisco de la Catedral de Toledo, de la que fue escultor oficial, en las que acentúa el sentido espiritual de sus tallas, simplificando formas y creando figuras de gran recogimiento.El último período de su vida lo pasó en Málaga donde creó un activo taller que dio respuesta a la creciente demanda de sus esculturas, sobre todo de los tipos originales creados por Mena, en particular sus Dolorosas y Eccehomos, que pese a ser realizadas casi en serie, alcanzan siempre cotas de calidad incuestionables. Los bustos de Ecce Homo y Soledad o Dolorosa serán utilizados en las capillas u oratorios privados, ya que este tipo de esculturas favorecían el encuentro personal, cercano e íntimo, del devoto con la obra. Estas tallas pueden funcionar como pareja o aisladas, a menudo Mena, a diferencia de otros autores contemporáneos, las hizo de forma independiente ya que su Soledad tuvo mucho más éxito. De hecho estas dos esculturas no forman pareja entre sí. Mena desarrolla unos tipos humanos realistas de volúmenes y rasgos definidos a través de un modelado tenso, con gran carga mística. La Dolorosa, por ejemplo, se caracteriza por un rostro delicado, de expresión afligida, enmarcado por manto y velo de bordes finísimos, ojos de cristal algo elevados, párpados enrojecidos, lágrimas resbalando por las mejillas y boca pequeña y entreabierta, recursos plásticos que realzan el valor dramático de la obra. En la imagen que contemplan el escultor incorpora además el sudario ensangrentado y los clavos lo que intensifica la idea de sufrimiento por la muerte del hijo. El Ecce Homo, sin embargo, transmite serena resignación y alcanza gran dramatismo a través de detalles escultóricos como el delicado tratamiento del cabello o la esmerada terminación pictórica con finos regueros de sangre en el rostro y el resto del cuerpo.