Broto, desde sus inicios en los 70 hará una férrea defensa de la pintura frente al Arte Conceptual que había desterrado a los medios tradicionales. Su paso por el Grupo Trama, con Xavier Grau y Gonzalo Tena, dio como resultado una profundización en la abstracción, en la que prima el color y la expresión en cuadros de gran formato. A finales de la década de los ochenta se produce un importante cambio en su obra; si en los lienzos anteriores rastreábamos la impronta de la Pintura-pintura, según la cual el único objeto de la pintura debe ser ella misma, en este momento, según afirmaba el propio artista, "tal y como yo lo veo ahora, tiene que plantear referencias ajenas a su propia constitución técnica". Reduce el goteo pictórico y la pincelada entusiasmada a un número limitado de factores. La presencia del trazo espiral azul, tan de Broto, recorriendo de forma vertical el cuadro, consigue en la tela manchada por el rojo un carácter de tótem, modifica las pinceladas impulsivas en pinceladas ahora dirigidas, con lo que el tono general de su pintura recibe un apreciable enfriamiento.
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