El término “modernismo” referido a la principal tendencia del arte abstracto del siglo XX, comenzó a utilizarse a partir de los sesenta. El crítico estadounidense Clement Greenberg influyó en gran medida en el uso de esta palabra para denominar a los expresionistas abstractos y a la pintura de contornos nítidos contemporánea, así como a la abstracción cromática y a la escultura abstracta. Su origen se remonta a Manet, considerado como el iniciador de una secuencia de innovaciones formales, entre las cuales destacan aquellas que atenuaban el ilusionismo en pintura y la mímesis en escultura. Este enfoque fue reconocido a nivel internacional, dada la cada vez mayor influencia económica y cultural de EE. UU. y el enorme poder del mercado del arte de Nueva York en la época. Sin embargo, fue objeto de subversión entre los artistas minimalistas y pop, y recibió críticas demoledoras por parte de artistas y comentaristas conceptuales, políticos y feministas. A principios de los setenta, la mayoría de los artistas lo descartaron como paradigma, aunque todavía se puede encontrar en muchos museos, galerías y sistemas educativos.