Entre bambalinas: así es un concierto de la gira internacional de Gilberto Gil

Gilberto Gil no usa reloj, pero aun así nunca se desvincula del tiempo. «¿Qué hora es?», pregunta nada más pisar el escenario del Theatro Circo de Braga para la prueba de sonido del concierto número 18 (de 19) de la gira europea Gil In Concert. «Las seis y dos», responde, precisa, su nieta Flor, sentada al teclado.

Gil sabe que lleva 32 minutos de retraso. Alojados en Oporto, a 54 km de allí, su mujer Flora y él han llegado mucho después que la banda. Normalmente puntual, el cantante se muestra serio y concentrado: tiene que ser objetivo para aprovechar los 30 minutos que faltan para pasar a las canciones.

Las primeras son con Adriana Calcanhotto, invitada especial en la primera gira por Europa pospandemia. La cantante ensaya tres números junto a Gil: A paz, uno de los grandes éxitos del artista, Esquadros, del repertorio de ella, y EloGil, una colaboración de ambos.

Dentro del teatro, el cantante está resguardado de los 10 grados del otoño de Braga, que suscitó varias quejas entre el grupo que salió a cenar fuera. Gil dice que no le importa: a pesar de ser bahiano y vivir en Río de Janeiro, con la edad prefiere el frío al calor.

En la zona de los camerinos empieza a haber movimiento tras el regreso de los músicos. Mientras todos a su alrededor charlan sobre los compromisos del día siguiente, Gil parece ajeno al mundo a la vez que rasguea su guitarra.

Sin embargo, demuestra que está conectado con el aquí y el ahora cuando pregunta la hora. Son las ocho y cuarenta y dos: es la señal para iniciar un ritual importante que él llama «Janaína», en homenaje a su fonoaudióloga, Janaína Pimenta.

De ahí viene, según él, la explicación de esa vitalidad que tanto ha llamado la atención en cada una de las ciudades europeas por las que ha pasado: «Cuando la voz está bien, se nota en el estado de ánimo. Todo el cuerpo canta, resulta más interesante».

La también comentada elegancia de Gil sobre el escenario es obra de Maria Gil, su quinta hija, que cuida cada detalle de su imagen. En Braga, Maria justo acababa de vestir a Gil cuando recibieron la noticia de la muerte de la cantante Marília Mendonça (un icono del movimiento llamado «feminejo» de mujeres en la sertaneja, un estilo muy popular en Brasil) en un accidente de avión.

La tristeza y la perplejidad abaten a todos entre bambalinas. De camino al ascensor que los llevará al escenario, Gilberto Gil y Adriana Calcanhotto intercambian miradas de pesar. Tras unos segundos sin encontrar las palabras, acuerdan dedicarle el concierto a Marília.

Ya en la parte de atrás del escenario, Gil abraza a su nieta Flor y los dos se llevan un rapapolvo de Maria («Se os va a arrugar la ropa») que provoca una carcajada general y alivia un poco la tensión. Una vez más, el cantante pregunta la hora: las nueve y treinta y cinco. Incluso sin reloj, sabe perfectamente que van con retraso. Cinco minutos.

Cuando se anunció la gira que empezó el 30 de septiembre en Dijon (Francia), los teatros aún no podían abrir a plena capacidad. Con el avance de la vacunación en el continente, las restricciones empezaron a levantarse, lo que permitió aumentar el aforo de los espectáculos y agotar todas las entradas que se ponían a la venta.

En los ocho países por los que ha pasado, Gil se ha encontrado con brasileños y europeos conmovidos. Incluso en una época marcada por la obligatoriedad de las mascarillas, poder asistir a un concierto es una señal de superación de una fase muy complicada. Y de esperanza.

En el set de tres canciones con Adriana Calcanhotto, antes de Esquadros, comentan el momento. En este 5 de noviembre, en Braga, también hablan sobre la dolorosa pérdida de Marília Mendonça. Adriana cita el verso de Tempo rei: «Tudo agora mesmo pode estar por um segundo (Ahora mismo, todo puede durar un segundo)».

Gil, que durante el viaje también perdió a su amigo Letieres Leite, músico y arreglista bahiano, reflexiona sobre el desafío del artista de llevar alegría al pueblo incluso en los días tristes.

Gil, que durante el viaje también perdió a su amigo Letieres Leite, músico y arreglista bahiano, reflexiona sobre el desafío del artista de llevar alegría al pueblo incluso en los días tristes.

El concierto continúa. Emocionado, pero bien de ánimo. No puede ser de otra forma en una gira que rinde homenaje al arte perenne de Gil y a la renovación de su legado. El único que falta para que la banda esté compuesta por familiares al 100 % es su hijo José, el batería, que se rompió el tendón de Aquiles tres días antes de poner rumbo a Europa y tuvo que ser sustituido por Marcelo Costa.

Para alegría de todos, José consiguió el beneplácito de sus médicos para hacerse cargo de la percusión 40 días después de la intervención. Desde París, se presenta junto a Marcelo, su hermano Bem (bajo) y sus sobrinos João (guitarra) y Flor (teclado y voz).

En el momento de los bises presenciamos una prueba más de que la música es un componente esencial del ADN de los descendientes de Gilberto Gil. Sereno, de cuatro años, acompaña a su padre, Bem, y entra en escena tocando los cocos, cantando, bailando y convirtiéndose en el centro de atención.

Gil toma el ascensor de vuelta al camerino con Sereno. «Eres un valiente», lo elogia el abuelo, que después subraya la vocación del pequeño: «Es muy musical, tiene mucha intuición. Y se sabe todas las letras y los arreglos. ¡Es increíble!». Pese a los 75 años que los separan, los rostros de Gil y Sereno al final del concierto reflejan la misma sensación de deber cumplido y la alegría de hacer aquello que más les gusta.

En dos días volverán a subirse al escenario, esta vez para cerrar la gira. Después de 50 días en la carretera, ha llegado el momento de cambiar el frío europeo por el calor brasileño. Aunque prefiera temperaturas más suaves y esté encantado de volver a llevar su música a todo el mundo, lo que Gilberto Gil quiere a estas alturas es volver a casa: sabe que todo tiene su momento.