Los escudos de herencia española circularon hasta el Segundo Imperio Mexicano (1864-1867), que trajo consigo los primeros «pesos». Estos no fueron aceptados por los liberales, no sólo por su filiación política sino por no llevar, como era costumbre, la ley o pureza del metal, amén de que eran más pequeños. Entre los grabadores de esta época destacan Sebastián Navalón, Cayetano Ocampo y Antonio Spíritu.
Sus nombres quedaron inmortalizados sobre el moño y bajo la efigie de Maximiliano de Habsburgo. Las monedas de un peso de plata y la de veinte pesos oro son reconocidas entre las más hermosas de la numismática nacional.