Durante la Semana de Arte Moderno de 1922, realizada en San Pablo, Tarsila do Amaral se encontraba en París, dando continuidad a su formación artística en la tradicional Académie Julian y en el taller de Émile Renard. Cuando regresó al Brasil, a mediados de ese mismo año, conoció a algunos de los artistas e intelectuales que habían participado en la Semana y su percepción del arte cambió significativamente. Al retornar a París unos meses más tarde, buscó nuevos maestros con un perfil alejado del clasicismo. Fue Fernand Léger quien dejó las marcas más profundas en su producción, principalmente en las obras Pau-brasil realizadas entre 1924 y 1927. En ellas, Tarsila se volcó a una investigación sobre la representación visual de la identidad brasileña, haciendo uso de colores vivos y contrastantes, en paisajes construidos por medio de planos sucesivos. Pero fue en 1928, cuando pintó "Abaporu", que ese compromiso con la figuración de asuntos típicamente nacionales tomó su real dimensión.
"Abaporu" –término tupí-guaraní que significa “hombre que come hombre”– utiliza los colores de la bandera brasileña para representar a una criatura humanoide, ensimismada y con un pie gigantesco, que se ubica en el plano junto a un cactus y un sol (que a su vez puede leerse como una flor o fruto de la planta). Aunque Tarsila atribuye el origen de ese ser fantástico a las historias que oía durante su infancia transcurrida en una hacienda rural, es importante destacar además la influencia de las manifestaciones de vanguardia: Aragon, Arp, Artaud, Brancusi, Breton, Cendrars y Rousseau, ente otros, formaban parte de su repertorio. Inspirado por la imagen sintética y poderosa presentada en la obra, Oswald de Andrade, marido de la artista, redactó el Manifiesto antropófago, documento fundamental del modernismo brasileño en el que propone una metabolización crítica del legado cultural europeo para la creación de un arte propio. De acuerdo con el Manifiesto, la identidad del Brasil residía en el matriarcado de Pindorama (“tierra buena para plantar”), en las prácticas y costumbres de los pueblos indígenas que vivían allí antes de la llegada de los portugueses. Los colonizadores, asociados al patriarcado racionalista, erradicaron dimensiones cruciales de la cultura tribal, como la vida comunitaria y la profunda vinculación de los indios con la naturaleza. Abaporu rescata el ser-naturaleza de esa tierra inmemorial, irremediablemente corrompida por la lógica civilizadora. Es una criatura autóctona, mítica por excelencia, nativa de un Brasil primitivo y mágico a la vez.