Fernando González era la búsqueda de sí mismo. Todo su conato creativo, así como su presencia de hombre en el mundo, tenían esa meta, marcada ya en el Templo de Delfos como el primer impulso filosófico. En el número 2 de la revista «Antioquia», al decir que el 1.º se había agotado, anota: «No esperábamos tanto, pues esta revista es hija nuestra y nosotros vivimos a la enemiga». Para eso hizo esta revista, para vivir a la enemiga. Pues no de otra manera se puede vivir en una sociedad podrida. Y funciona como texto de historia. Porque no es la simple revista o repaso de los acontecimientos, sino su perforación. «Cava hondo, cava hondo», decía Nietzsche. Y Fernando González cavó. Leído hoy, tiene la condición del texto histórico. Porque logró ese milagro de la levitación que aconsejaba Ortega para entender el propio tiempo: distanciarse, elevándose, para así apreciar, en frío y en conjunto, el fenómeno. Y se empieza a comprender un país que arrastra lacras desde sus inicios. Esto que decía en mayo de 1936 vale hoy: «Colombia tiene pueblo y no tiene clase directiva». La revista «Antioquia» es un libro de filosofía, escrito a veces en clave de poesía o de novela o de sociología o de crónica. Fuera de todos aquellos atisbos y manifestaciones, a cada paso brotan las observaciones penetrantes, los asedios, las propuestas, las interrogaciones. El filósofo se manifiesta por múltiples modos. Y lo que nos propone es la inquietud, el desasosiego. El permanente asombro.
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