En su referencial obra Arte Moderno y Contemporáneo de México (1952), don Justino Fernández señala: Las costumbres del campo entre hacendados y rancheros y, sobre todo, el arte de charrear encontrará en Icaza a su más genuino intérprete.
Trinidad Ernesto Timoteo Francisco Icaza Sánchez, el charro pintor, lidera la galería de autores costumbristas del México porfiriano y revolucionario. Una descripción minuciosa de la vida del último tercio del siglo XIX y los comienzos del XX se encuentra en su amplia producción de caballete –amén de los célebres murales sitos en la Hacienda de La Cofradía.
El artista era hijo de Joaquín de Icaza Mora y de su segunda esposa, María de la Luz Victoria Sánchez Colomo. Luego de la muerte de su madre, sobrevinieron dificultades que lo hicieron conseguir distintos trabajos para apoyar la economía familiar. El historiador de arte Xavier Moyssén apunta que no se registra su matrícula en la Academia de San Carlos, aunque es poco probable que la técnica que emplea en su obra provenga de un artista exclusivamente autodidacta. La galería de escenas, personajes y animales que pueblan sus cuadros da cuenta de pases, movimientos de reata y suertes con caballos y toros. En las obras que conserva Museo Soumaya se distingue un dibujo impecable, atinada construcción del paisaje y gran descripción de usos y costumbres.
Para don José N. Iturriaga las faenas son un reflejo fiel del espíritu de la charrería. Son variadas, y requieren de un alto nivel de habilidad y arrojo por parte de quien las ejecuta.
A las suertes minuciosamente descritas por el pintor se suma la de las banderillas o garapullos que han de insertarse en el cerviguillo del toro. La faena, heredada de la tradición portuguesa, consiste en sujetar las bridas con los tres últimos dedos de la mano izquierda y luego hacer girar al toro alrededor del caballo. El jinete entonces inclina el cuerpo y clava las banderillas con la mayor precisión posible.
El relato iconográfico de Icaza concluye con los jinetes que escoltan a un carro tirado por mulas hacia lo que parece ser el fin de la jornada. En la pintura de Ernesto Icaza se desvelan antiguas usanzas que hermanan a España y México, y que evocan las palabras de Moyssén: Que Ernesto Icaza no fue un artista autodidacta, ni puramente intuitivo y sin escuela, nos lo demuestra él mismo con la calidad existente en buen número de sus pinturas de caballete […]. Al atender el número de cuadros que pintó y a la originalidad que puso en ellos, la obra artística de Icaza resulta de un valor considerable, máxime cuando sus pinturas muestran, con gran propiedad, aspectos de lo que era la vida en el campo mexicano; pues él fue, por antonomasia, el pintor de los charros y sus costumbres.