Entre continentes

Entre continentes tituló Antonio Debón esta pieza de pulsión geométrica y formas no figurativas, no representativas de otra cosa que de una poderosa fuerza plástica capaz de imponer su propia capacidad estética. La obra llegó dentro de la exposición que este autor valenciano realizó por primera y hasta ahora última vez en Navarra, muestra a la que esta pieza dio el nombre genérico. Es decir, se trata de un cuadro referencial, centro de ese trabajo que Debón construyó bajo la idea de hablar de la geografía del mundo, de los mapas físicos transformados en iconografía plástica. De hecho, en el resto de las piezas expuestas en aquella ocasión, Debón se servía de perfiles reconocibles de diferentes partes del mundo: África, Europa, Oceanía, América... junto a juegos de círculos y líneas proyectados a modo de piezas inconexas que atentaban contra el propio valor emblemático de unas siluetas que, a fuerza de repetirse, se convertían en paradigma de espacios humanos, fragmentos de vida y fusión de ornamento y caligrafía.
Pese al deslumbrante currículum de Antonio Debón, su obra ha permanecido desconocida para nosotros. Este pintor valenciano, nacido en Benetúser en 1953, doctor en Bellas Artes y profesor de dibujo en la Facultad de San Carlos de Valencia, se inicia con una profunda incursión en el expresionismo abstracto. En esa época fundacional de su pintura, Debón, al decir de Felisa Martínez Andrés, se movía entre la «espontaneidad y el empaste oscuro». A la vista de este Entre continentes y del resto de cuadros que le acompañaron en su visita a la sala Carlos III de la Universidad en 1998, son perceptibles los restos del viaje conservados por el artista: una absoluta libertad para enfrentarse a escalas cromáticas más que diversas, incluso antagónicas; la introducción de cierta figuración y una búsqueda febril para conjugar los intersticios entre el lenguaje y la representación, entre el concepto y la forma pura. En el caso que nos ocupa, esta obra se sitúa, como su nombre indica, “entre continentes”, o lo que acaso sea lo mismo, entre dos realidades diferenciadas, entre dos espacios tan lejanos entre sí como cercanos en sus aspiraciones más íntimas. El rectángulo y el círculo, la línea y el color, la evocación a algo concreto, simbólico, almacenado en algún lugar de la memoria y la forma sin referencia, sin aparente sentido, sin otra intención que la de dejar fluir la música de las entrañas. Y en esa dialéctica, la obra de Antonio Debón se reafirma, se hace propia, singular, específica.
Juan Zapater López