Ya en 1976 el maestro, escultor y teórico Jorge Oteiza definió en la Carta al escultor navarro: «[la obra de Faustino Aizcorbe] quiere la sensación de que las formas floten, se expandan, converjan, que se iluminen, que se apaguen, que estallen. Y lo quiere en un espacio real.»
Desde entonces, Aizkorbe ha seguido siendo fiel a sí mismo produciendo incansablemente; investigando formas, composiciones y materiales. Y así ha consolidado una personalidad propia, convirtiéndose en uno de los escultores navarros con más proyección internacional. Aprovecho la ocasión para destacar su generosidad al aportar la obra Esfera partida (adquirida posteriormente por la Universidad) a la exposición titulada Escultores en el Campus de la Universidad Pública de Navarra.
La escultura está formada por dos componentes: un paralepípedo y, sobre él, flotando, la “esfera partida”. Ambos elementos no poseen finales finitos, sino que se cruzan en infinitas combinaciones de armonías simpáticas y contrastes encontrados.
La imagen de la esfera inquieta a los escultores por ser simple y perfecta. Es la forma geométrica que siempre ha dominado el enfoque de la naturaleza desde un comienzo, dada la preferencia de la mente por la simplicidad. Y sigue aplicándose a configuraciones tan importantes del mundo físico como el sistema solar o el modelo atómico.
Aizkorbe utiliza esta forma significativa como elemento plástico; indaga sus posibilidades, rompe la figura, la abre, la proyecta y encierra el entorno en su interior. Se interesa por la relación que existe entre el espacio y la masa y por el significado del espacio, que considera un elemento absolutamente escultórico, una sustancia material.
En su Cosmología, Dante relaciona las esferas de los planetas con las siete artes liberales. Aizkorbe, con esta obra, crea un exponente artístico utilizando el arte de la escultura.
Josep Blasco i Canet
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