Hijo de un albañil, desde muy joven Leonhard Kern incursionó en las artes plásticas.
Hacia los 20 años viajó por la Península Itálica con el fin de aprender los secretos de la escultura renacentista. De ahí siguió su camino al norte de África; y regresó a los reinos germanos para trabajar en los relieves del Ayuntamiento de Núremberg.
Su obra da cuenta de una alta maestría en técnica, así como de gran habilidad creativa.
Después de colaborar durante casi una década en el taller de su hermano, Kern fundó uno propio. El investigador H. Siebenmorgen considera que el artista tuvo entre 14 y 17 hijos quienes muy pocos le sobrevivieron; acaso fueron sus propios modelos. Los discípulos asimilaron su proceso creativo de manera tan minuciosa que en ocasiones resulta complicado dilucidar la autoría de sus obras.
El material predilecto del artista fue el marfil; en cuanto a los temas, se abocó a escenas religiosas y mitológicas. Asimismo, los amorcillos o putti predominaron en su obra.
En este trabajo de eboraria de una sola pieza, cinco figurillas se entrelazan como símbolo de las facultades sensoriales. Las manos establecen conexión entre los cuerpos y se relacionan por medio de la censura de cada uno de los sentidos: la vista, el olfato y el oído ante la victoria del tacto. Sólo el gusto, en la unión de los labios, refuerza la interacción de los pequeños en un contexto lúdico. Alegoría de los sentidos, Cinco niños jugando demuestra habilidad, sensibilidad y la desnudez simbólica del hombre y la razón.
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