La obra autorreferencial de Frida es un documento artístico importante dentro del universo iconográfico desarrollado por la artista mexicana con mayor reconocimiento internacional, ya que da cuenta del entorno que construyó para definir un perfil de identidad y la construcción de sus intereses más valiosos. El género del bodegón fue cultivado por Kahlo en las décadas de 1940 y con mayor asiduidad en la de 1950, último periodo de su vida, a manera de compensar los pesares de su deteriorada condición física, con ejemplos de vida llenos de color que además resaltan su arraigo nacionalista; no obstante, en Los cocos plasma de forma sutil su propio estado de ánimo en un detalle que asoma entre los tres pares de frutas que utilizó en varios de sus cuadros del género: sandías, naranjas y cocos. Frida dota de personalidad a uno de los cocos al disponer los tres orificios característicos de este fruto como un rostro lacrimoso, en un sutil juego lingüístico muy mexicano que alude a otro de sus bodegones donde incluye cocos llorando; de este modo, tal y como lo señala el investigador Salomon Grimberg, las lágrimas de coco ilustran el dicho “lágrimas de cocodrilo”, es decir, fingidas. El encuadre cercano y detallado del acomodo muestra un cierto ensimismamiento e interés particular por “perderse” en la explosión de color y vitalidad de las frutas para exorcizar su dolor existencial no exento de ironía. Este óleo realizado en su casa de Coyoacán en el año en el que sale del Hospital Inglés, y se separa definitivamente de Diego Rivera.