Por disposición real, se debían recoger y conservar todas las láminas de cobre, zinc o acero grabadas con estampas. La calcografía dio lugar, con el correr del tiempo, a la reproducción –sin número limitado– de las imágenes de una misma plancha, permitiendo su difusión entre amplísimos sectores.
En México, artistas como Jerónimo Antonio Gil, Bartolomé Vázquez y Baltasar Troncoso cultivaron este arte con admirable precisión. Es el caso de Cristo del Socorro de las Benditas Ánimas del Purgatorio realizada por Troncoso hacia la primera mitad del siglo XVIII. La estampa presenta, en el anverso y reverso, la imagen escarnecida y sangrante de Cristo tras la flagelación. El Santo Sacrificio del Altar ayuda al creyente que partió y mueve al Señor a manejarlos con misericordia y bondad, en palabras de san Agustín.
De aquí que una imagen como ésta se vuelva paradigmática en la vida cotidiana. Enmarcada por un cortinaje cuyo drapeado cae con elegancia en ambos bordes, la figura de Cristo –con rostro dulce a pesar de su deterioro físico– se yergue sobre la cartela que enfatiza su papel de mediador. En una especie de contrapposto, a la manera renacentista, la pierna izquierda se desplaza de forma sutil hacia el frente.
Belarmino, en su obra De Indulgentis, afirmaba que una de las formas más recurrentes para abogar por las ánimas del purgatorio era per modum impetrationis [por medio de súplica]. La estampa a la que hacemos referencia muestra el cuerpo lacerado de Cristo como símbolo del divino sacrificio que puede redimir a las almas purgantes en su incierta condición.
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