Un calendario miniado ya refería el meticuloso trabajo para el sacrificio de chanchos. Se golpeaba al animal en la cabeza con el hacha en primerísimo plano. El corte bien asestado permitía conservar la sangre para la elaboración de morcillas.
El estatuto de Imola de 1334, establecía que el limpiado y rasurado para la fabricación de pinceles debía hacerse con agua hirviendo. El hombre en azul ha extraído vísceras, entresijos, asaduras, entrañas todas que son aprovechadas más que de cualquier otro animal.
A diferencia de sesos, ojos, hígado, corazón, estómago y bazo, que debían consumirse rápidamente ante la dificultad para su conservación, los manuales higiénicos desde el siglo XIV empleaban la sal como conservador. Así, cabeza, papada, oreja, careta, morros, lomo, filete, solomillo, costilla, chuleta, chamorro, pluma, presa, nalga, codillo, manitas, pierna, paleta, secreto y carrilleras, duraban varios meses.
Otra mujer mezcla la grasa. Abajo, criadillas y casquería. En el tercer plano, el cuarto de humo permitía el ahumado de la carne. La labor de hacer chorizos la realiza el hombre de la extrema derecha. Sobre la mesa las tripas a rellenar. La afilada hoja del charcutero se alista para picar la carne grasa, salarla y condimentarla.
San Jerónimo escribió el célebre Textamentum porcelli, en el que da voz al cerdo: Primero dejo mi cuerpo para que sea sepultado en el vientre de un grupo de golosos.